El hombre ha admirado el mundo natural que le rodea y el cielo que gira sobre su cabeza desde los tiempos más remotos. Podríamos considerar las representaciones de animales halladas en las cuevas de Altamira o Lascaux como los primeros vestigios conocidos de ilustración natural, hace unos 20.000 años. Pese a desconocerse la intención de aquellas gentes, es posible establecer interesantes semejanzas entre elementos concretos de algunas pinturas rupestres y la ilustración científica, sugiriendo que estas pinturas también podrían constituir instrumentos gráficos en algún proceso de aprendizaje sobre el mundo natural.
Así mismo, desde el origen de las primeras civilizaciones se ha representado el mundo natural en grabados o pinturas murales, tallas en madera o en hueso. Conocemos cientos de ejemplos sumerios, egipcios, minoicos, persas, mayas, etc. No obstante, fueron los filósofos de la antigua Grecia los que protagonizaron los primeros intentos de acercamiento racional al estudio de la Naturaleza, y los que llevaron a cabo por primera vez una clasificación de los seres vivos en función de su morfología. La observación se convirtió en una pieza clave para el acercamiento lógico al mundo que nos rodea.
La fundación del Museum en Alejandría (Egipto) supuso el impulso definitivo que necesitaba el ser humano para adentrarse en el juego de las ciencias. Este primer centro de investigación científica contaba con aulas, observatorio astronómico, jardín botánico y zoológico y estaba dividido en cuatro secciones: matemáticas, literatura, astronomía y medicina. Su biblioteca contaba con unos 700.000 volúmenes que atesoraban el saber de la época y constituían el núcleo del mundo científico durante la antigüedad. Esta ciudad se convirtió en centro de reunión para los mayores sabios del mundo griego, y todas las ramas de la ciencia se dieron cita en Alejandría. El sentido de solidaridad, la colaboración y el esfuerzo intelectual de estos sabios permitió el nacimiento definitivo de la investigación científica.
Son muchos los hombres que destacaron por sus primeras aproximaciones al mundo de la ciencia en diferentes ámbitos. Hacemos referencia aquí a los que consideramos más importantes en relación con la historia natural:
Hipócrates (460-377 AEC) rechazó las creencias populares sobre las causas divinas de las enfermedades y las separó de la medicina, argumentando que la enfermedad no era un castigo infligido por los dioses, sino un desequilibrio entre los humores líquidos del cuerpo consecuencia de los factores ambientales, la dieta y los hábitos de vida. Hipócrates describió un buen número de enfermedades (malaria, tuberculosis, neumonía, etc.) y sus métodos dominaron el arte médico hasta bien entrado el S. XVIII. Ya en la escuela hipocrática se realizaban disecciones de animales para ser comparados anatómicamente con el ser humano. Anaxágoras (500-428 AEC) diseccionó una cabeza de carnero emitiendo un informe detallado del proceso, y Empédocles (490-350 AEC) descubrió la cóclea en el oído tras efectuar disecciones de varias especies de animales.
Demócrito (460-370 AEC) es considerado el padre de la ciencia moderna por su teoría atómica del universo, aunque las deducciones de Demócrito y otros filósofos se formulaban desde la lógica, a través de un pensamiento racional, relegando la importancia de la experiencia de los sentidos.
El conocimiento verdadero y
profundo es el de los átomos y el vacío, pues son ellos los que generan las
apariencias, lo que percibimos, lo superficial
Demócrito
Aristóteles (384-322 AEC) es considerado el primer naturalista de la historia por recopilar descripciones de otros autores sobre animales y plantas del Mediterráneo, enriqueciéndolas con las suyas propias durante sus viajes por Asia Menor. Fundó el Liceum, un lugar de aprendizaje para nuevos estudiantes que dio continuidad a la Academia de quien fuera su maestro: Platón. Aristóteles ya dedujo en sus escritos que los cetáceos eran mamíferos y no peces, sin embargo no fue hasta la aparición de los trabajos de Pierre Belon, ya bien entrado el siglo XVI, cuando se dio por sentada esta afirmación. Así mismo, llevó a cabo complejos estudios sobre la reproducción de los cefalópodos. Sabemos que Aristóteles dibujó numerosos diagramas de estructuras animales, aunque desgraciadamente ninguno se ha preservado hasta nuestros días. Pese al gran sesgo de información que existe sobre el mundo antiguo, seguimos considerando a Aristóteles como el primer naturalista de la historia.
Teofrasto (372-288 AEC) completó la obra de su maestro Aristóteles con sus tratados sobre botánica, y Aristarco de Samos (310-230 AEC) había ya propuesto el primer modelo heliocéntrico del universo conocido que contradecía al modelo aristotélico con la Tierra en el centro del universo y los planetas, el Sol, la Luna y las estrellas girando en esferas fijas en torno a la Tierra.
Posteriormente, ya en época romana, fue Plinio el Viejo (23-79 EC) quien reunió infinidad de datos en su Naturalis Historia, un tratado de proporciones enciclopédicas que incluía libros sobre astronomía, geografía, zoología, botánica, fisiología, mineralogía, e incluso usos medicinales de plantas y animales así como diversas prácticas agrícolas y distintas formas de explotación del medio natural. No obstante, también es posible encontrar en la obra de Plinio algunas curiosas creencias populares cargadas de fantasía, como que las ranas se transforman en fango y viceversa, o el lanzamiento voluntario de púas por parte de los puercoespines, entre otras. Tan grande fue la curiosidad natural de Plinio que mientras observaba la erupción del Vesubio quedó envenenado por los gases tóxicos que emanaba el volcán, muriendo por esta causa.
En cuanto a las plantas medicinales, aparece en esta época la obra de Pedanio Dioscórides Anazarbeo (40-90 EC), el auténtico padre de la farmacología y la herboristería, quien escribe De materia medica, un compendio imperecedero traducido a multitud de lenguas que sentó las bases de la medicina occidental. A partir de la observación directa de sus pacientes y de recopilar los saberes de los curanderos que encontraba en sus viajes, identificó cerca de mil drogas naturales extraídas de las plantas. En De materia medica se describían unas 600 plantas medicinales, además de 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. El tratado rápidamente se difundió por toda el área mediterránea, primero en Bizancio y después en los países dominados por el Islam y en el Occidente medieval. Los manuscritos se enriquecían con miniaturas que representaban las plantas y los animales citados en el texto. Este trabajo tuvo una enorme difusión en la Edad Media, tanto en su original griego como en otras lenguas a las que pronto se tradujo, como el latín y el árabe. El códice más antiguo que se conserva actualmente de la obra data de comienzos del siglo VI. Este manuscrito tiene un total de 491 folios, y casi 400 ilustraciones a página completa. Es uno de los códices farmacológicos más famosos, conocido como Codex Vindobonensis o Dioscórides de Viena. La primera edición impresa del Dioscórides se publicó en latín en 1478 en la Toscana. Posteriormente el impresor Aldo Manuzio publica en Venecia una versión en griego en el año 1499, siendo reimpresa en 1518. El Dioscórides también se imprime en París (1516), Colonia (1529) y Basilea (1529). Las traducciones ampliadas en el siglo XVI del italiano Pietro Andrea Mattioli (1544) y del español Andrés Laguna (1555) tuvieron una influencia muy importante en la farmacopea renacentista y mantuvieron su vigencia hasta el siglo XVIII.
Entre los sabios de la Antigua Roma que nos han dejado un gran legado científico no podría faltar Claudio Ptolomeo (ca. 100-170 EC), astrónomo, astrólogo, geógrafo y matemático que vivió y trabajó en Egipto, donde se encontraba la Biblioteca de Alejandría. Sus teorías astronómicas geocéntricas tuvieron gran éxito e influyeron en el pensamiento de astrónomos y matemáticos hasta el siglo XVI. Ptolomeo creó los horóscopos, un tratado de teoría musical, otro sobre óptica, pero su obra más famosa es Geographia, con 27 mapas del mundo conocido en los que utilizaba un sistema de latitud y longitud que sirvió de ejemplo a los cartógrafos durante muchos años. Tampoco podríamos olvidarnos de Galeno de Pérgamo (129-199 EC), médico romano y gran conocedor de la anatomía animal que describió diversas estructuras anatómicas gracias a sus meticulosas disecciones. Galeno practicó brillantemente la observación científica de los fenómenos fisiológicos y llevó a cabo numerosas disecciones, diferenciando por primera vez, por ejemplo, las venas y las arterias. Las enseñanzas de Galeno perduraron en las prácticas médicas durante más de 1.300 años hasta que Vesalio, utilizando cuerpos humanos en sus disecciones, consiguió finalmente que se reconsideraran las teorías galénicas.
Algunos de los conceptos sobre Historia Natural, postulados por vez primera durante la Antigüedad, perduraron en las mentes de los hombres durante más de mil años. Desgraciadamente, apenas han llegado fragmentos originales de papiro que muestran alguna ilustración botánica junto a la descripción de la planta, por lo que hemos perdido los contenidos gráficos de estos descubrimientos, ya que la mayoría de manuscritos, al ser traducidos al árabe durante la Edad Media, perdieron sus ilustraciones debido a la estricta tradición religiosa del islam, y los originales no han llegado hasta nuestros días salvo contadas excepciones, como el papiro de Johnson, un herbario ilustrado del Egipto helenístico considerado el primer ejemplo de herbario ilustrado.
Las traducciones medievales de textos clásicos se van haciendo progresivamente menos rigurosas y la ausencia de láminas, o la tendencia idealizadora de la imagen en caso de existir, dificultan su utilidad. Konrad von Megenberg (1309-1374) escribe Das Buch der Natur (El Libro de la Naturaleza) siguiendo el modelo de la obra de Tomás de Cantimpré, De Natura Rerum. El manuscrito de Megenberg aglutina todo el conocimiento natural del momento y fue copiado numerosas veces. En 1475 se imprime en Augsburgo, constituyendo el primer incunable ilustrado con xilografías sobre historia natural.
No será, por tanto, hasta el Renacimiento cuando florece de nuevo la imagen científica a través de dibujos o xilografías que acompañan a los textos impresos en los albores del invento que transformó nuestra historia: la imprenta. Entre 1450 y 1500 salieron de las prensas europeas unas cuarenta mil obras (unos ocho millones de libros) que permitieron, entre otras muchas novedades, aumentar exponencialmente la difusión y la accesibilidad a la información científica sobre el mundo natural. En este momento comienza a surgir un nuevo concepto de ciencia, apartada de la tradición escolástica, que engendra una tecnología al servicio del nuevo modelo social, y que vendrá a eclosionar definitivamente con el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492.